lunes, 28 de enero de 2013

LLUVIA DE OTOÑO




     Hace unos meses, aún en otoño, quedé un viernes por la noche con unas cuantas amigas. Había sido una semana difícil en la oficina y necesitaba desahogarme con ellas, tomar un par de copas, reírme de mi cansancio…

     Quedamos en un bar de moda de la ciudad. Un sitio donde sirven buenas tapas, cerveza San Miguel y en el que se puede hablar sin tener que tragarte un micrófono para que te oigan. Aquella noche llovía, así que decidí ponerme vaqueros, un jersey color oro de cachemir con una camiseta negra debajo y unos botines de tacón para parecer más elegante. Me hice un moño alto estilo Audrey Hepburn y me pinté al estilo pin-up: raya negra con eyeliner, labios rojo, base de maquillaje clara y pestañas xxl.

     Entré en el bar con paso firme. Quería sentirme admirada por todos: chicos y chicas, pero sin ser pedante ni acabar ligando con nadie. No me apetecía dormir con alguien con el que a la mañana siguiente tuviera que mantener una conversación absurda para llenar silencios incómodos. Aquella noche iba a acompañarme mi conejito de 20 cm que hacía maravillas en menos de 3 minutos.

    Nos tomamos cinco rondas mientras despotricábamos de jefes, compañeros, hombres, vecinas… la sociedad en general. Cuando ya íbamos un poco achispadas, con los colores bien marcados y la lengua un poco suelta nos fuimos a tomar cócteles a un sitio caro, con un estilo de club de jazz al más puro estilo neoyorquino pero donde podías oír a Sabina, Adele o incluso un buen bolero, donde la música no entendía de estilos ni generaciones.

       Después del segundo cóctel y cantando casi a voz en grito, pero sin perder el estilo ni la clase, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sentí que alguien tocaba muy suavemente mi nuca. Fue una especie de soplido o caricia que no supe descifrar. Me giré y ví a un chico con vaqueros, zapatos y americana negra acercarse a un grupo de chicos y chicas para saludarles. Todos le acogieron entre abrazos, sonrisas y reprimendas cariñosas por la tardanza.

-¿Me ha tocado ese chico? –Mis amigas se miraron extrañadas.
-¿Quién?
-El chico de la chaqueta.
-La verdad es que está muy bien Luna.
-No, lo digo en serio. ¿Me ha tocado la nuca?
-¿La nuca o el culo? –Todas rieron burlonas.
-He notado como si me tocara el cuello.
-No nos hemos fijado. Pero la verdad es que el chico está muy bien.

       Desde ese momento no paré de lanzarle miradas furtivas sin éxito porque él no volvió a mirarme. El chico era muy guapo. Tenía cierto aire gamberro y misterioso y su estilo en el vestir y movimientos invitaban a querer saber más de él.

       A la media hora me acerqué a la barra a por otro cóctel. Decidí cambiar el mojito por un sex on the beach. Justo enfrente, al otro lado de la barra estaba el chico cogiendo a una chica por la cintura y susurrándole al oído mientras a mi no me quitaba ojo de encima. El camarero se acercó y me preguntó que quería. Se lo dije y a continuación le pedí un cigarro. Necesitaba darme todos los caprichos que normalmente no tenía y uno de ellos eran las drogas socialmente bien vistas: sexo, alcohol, tabaco y rock and roll.

       El camarero me dijo que no tenía tabaco pero que iba a intentar conseguirme un pitillo. La chica se marchó con una copa en la mano y el chico llamó al camarero, hablaron unos instantes, le dio un cigarrillo y a continuación el camarero vino con mi cigarro y mi copa.

- Invita el caballero.
- ¿Cómo?
- Que le invita el caballero – el camarero se volvió y le echó una mirada de reojo.

     Le miré, le sonreí tímidamente y levanté mi copa en agradecimiento. Volví con mis amigas y no paré de mirar al chico misterioso, pero nada ni una sola mirada. Se iba acercando la hora de marcharnos a pesar de que el local seguía abarrotado. Les pedí a mis amigas que me esperasen unos minutos para poder ir al baño. Saqué un papel y un boli y escribí mi dirección y una frase clara y contundente:

                                                   “En media hora, sin preguntas”.

    De camino al baño me aproximé a él e introduje el papelito en el bolsillo de su chaqueta y rocé levemente su mano para que fuera consciente de mi presencia, si es que no lo era ya.

    Cuando salí a la calle me reuní con mis amigas. Nos despedimos hasta la próxima semana prometiendo llamarnos algún día para desahogarnos. Cogí el bus que me llevaba a casa. Iba abarrotado de gente que volvía con camisas por fuera del pantalón, rímeles corridos, zapatos en la mano, etc. Vi por la ventana como empezaba a llover. Era una lluvia fina pero constante que se quedaba pegada en los cristales. Me dejé llevar por las pequeñas gotas y las seguí a través del cristal sin pensar en nada.

     Salí del autobús con un pequeño salto y me abracé por encima de la americana para darme calor. A pesar de la lluvia no corrí hacia casa, me apetecía caminar y despejarme después de tanto mojito y sex on the beach. A pocos metros del portal comencé a rebuscar en mi bolso las llaves de casa. Comencé a remover entre tanto cachivache (móvil, clínex, pintalabios, toallitas, peine y un largo etcétera de utensilios de lo que yo llamo el kit de supervivencia. Como decía una amiga si me quitan el bolso me quitan mi vida) hasta que oí una voz:

-¿Te ayudo?

      Levanté la vista y vi a mi chico de los mojitos. Tenía gotas de lluvia por la cara y una mirada penetrante que me desarmó y no dejaba lugar a dudas sobre lo que había ido a hacer allí.

-Dame diez segundos.

     Me puse de cuclillas y empecé a sacar cosas sobre mi pantalón hasta que por fin encontré las llaves. Volví a meter todo en el bolso y me puse erguida. Abrí la puerta del portal y le dejé entrar para segundos después cerrar la puerta de un culetón mientras le agarraba de la americana y le acercaba hacia mi para besarle fuertemente, sin delicadeza. Aquella noche quería sexo irreverente, escandaloso, sin decoro.

      El captó enseguida mi indirecta. Me agarró por la nuca con fuerza y me atrajo hacia él. Nuestras lenguas empezaron a entrelazarse deprisa, se movían ávidas de pasión. Sin llevar apenas ni cinco segundos me aparté un poco y busque su labio inferior, mis dientes lo apresaron y él me lo devolvió en forma de beso aún mas fuerte, atrayéndome más hacia él.
Le aparté y le miré fijamente, bajando un poco la cabeza para que mi mirada fuese aún más misteriosa y penetrante. Giré sobre nosotros y comencé a subir la escalera. Vivía en un tercero y aunque había ascensor quería ponerle más emoción a la cosa. Él intentó acercarse para besarme mientras subíamos, pero mi mano firme sobre su pecho paró sus intenciones.

        Comencé a subir las escaleras hacia atrás poco a poco. Le di el bolso para sentirme más liberada y poder utilizar mis manos más fácilmente. Comencé a quitarme horquillas del pelo para deshacerme el moño. Cuando las tuve todas en la mano agité mi cabeza hacia adelante para darle volumen a mi pelo. Apoyé mi mano en la pared mientras con la otra me recorría la cabeza desde la nuca hasta la cara para bajar hasta la boca y tocarme los labios suavemente. Seguí con el dedo mi pecho hasta el vientre donde me levanté un poco el jersey y la camiseta y le mostré mi ombligo.

-Dime com...
-Ssshhh – me puse un dedo en mis labios rojos y lo susurré despacio con voz profunda – dije que nada de preguntas.

       Me desabroché el pantalón y me bajé un poquito las braguitas para enseñarle un poquito la cadera y el vientre, dejando la mano sobre mi pubis por fuera del pantalón al tiempo que emitía un susurro de placer. Él no perdía ojo a ninguno de mis movimientos. Me recorría con la mirada llena de deseo, de ganas, de celos por no poder tocar lo que yo tocaba.


   Llegamos al tercer piso. Abrí la puerta de mi apartamento y entré quitándome la chaqueta y tirándola en el suelo. En menos de una décima de segundo y sin que me diese tiempo a reaccionar me apretó contra la pared.

-Me he cansado de ser bueno.

      Comenzó a besarme el cuello y a darme pequeños mordiscos en la oreja mientras yo gemía de placer. Le arranqué la chaqueta comencé a desabrocharle la camisa. No quería preliminares solo sexo del bueno, de ese que es tan placentero que hasta duele.

      Le desabroché un poco el pantalón mientras el me quitaba el jersey y me bajaba los pantalones y las braguitas hasta los tobillos. Saqué una pierna y le quité la camiseta, comenzamos a besarnos y a mordernos los hombros, el cuello... Sacó un preservativo de la cartera y se lo puso, y allí contra la pared del pasillo rodeando su cintura con mis piernas me penetró. Las embestidas eran fuertes y se agravaban por la cantidad de alcohol que yo llevaba en sangre. Era como flotar, como un sueño. Era algo muy placentero, pero al mismo tiempo no era capaz de disfrutarlo al cien por cien por mi estado de embriaguez.



     Fue intenso, rápido pero al mismo tiempo largo como para poder enterarme de cada movimiento, de cada gemido, de su miembro fuerte y duro dentro de mi. Las primeras veces fueron más dolorosas pero a medida que él entraba en mi yo estaba más mojada y el dolor daba paso al placer.

      No recuerdo si fueron quince o veinte minutos, a mi me parecieron suficientes. Después de eso, le invité a ducharse conmigo, y a dormir un par de horas con la condición de que cuando yo me despertara él no estuviese allí. No me apetecía que se quedara, pero me parecía cruel echarle sin más. Él me pidió un segundo asalto, pero yo no estaba para esos trotes, eran las seis de la mañana y quería dormir y que se me quitase el dolor de cabeza.

       Fui a la cocina, me tomé un vaso de leche caliente y una aspirina y le invité a otro a él. No aceptó. Simplemente se despidió con un beso y un “ha sido un placer”. Cogió su chaqueta y se marchó dejándome en el silencio de mi casa que olía a sexo, a autoestima femenina y a alcohol.

       Al día siguiente todo daba vueltas y en un primer momento tuve mis dudas sobre si lo que había pasado unas horas antes era cierto. Después al mirarme en el espejo y ver un rosetón en el cuello y un par de marcas de dientes en mi hombro supe que no había sido un sueño.