Hace
unos meses, aún en otoño, quedé un viernes por la noche con
unas cuantas amigas. Había sido una semana difícil en la oficina y
necesitaba desahogarme con ellas, tomar un par de copas, reírme de
mi cansancio…
Quedamos
en un bar de moda de la ciudad. Un sitio donde sirven buenas tapas,
cerveza San Miguel y en el que se puede hablar sin tener que tragarte
un micrófono para que te oigan. Aquella noche llovía, así que
decidí ponerme vaqueros, un jersey color oro de cachemir con una
camiseta negra debajo y unos botines de tacón para parecer más
elegante. Me hice un moño alto estilo Audrey Hepburn y me pinté al
estilo pin-up: raya negra con eyeliner, labios rojo, base de
maquillaje clara y pestañas xxl.
Entré
en el bar con paso firme. Quería sentirme admirada por todos: chicos
y chicas, pero sin ser pedante ni acabar ligando con nadie. No me
apetecía dormir con alguien con el que a la mañana siguiente
tuviera que mantener una conversación absurda para llenar silencios
incómodos. Aquella noche iba a acompañarme mi conejito de 20 cm que
hacía maravillas en menos de 3 minutos.
Nos
tomamos cinco rondas mientras despotricábamos de jefes, compañeros,
hombres, vecinas… la sociedad en general. Cuando ya íbamos un poco
achispadas, con los colores bien marcados y la lengua un poco suelta
nos fuimos a tomar cócteles a un sitio caro, con un estilo de club
de jazz al más puro estilo neoyorquino pero donde podías oír a
Sabina, Adele o incluso un buen bolero, donde la música no entendía
de estilos ni generaciones.
Después
del segundo cóctel y cantando casi a voz en grito, pero sin perder
el estilo ni la clase, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sentí que
alguien tocaba muy suavemente mi nuca. Fue una especie de soplido o
caricia que no supe descifrar. Me giré y ví a un chico con
vaqueros, zapatos y americana negra acercarse a un grupo de chicos y
chicas para saludarles. Todos le acogieron entre abrazos, sonrisas y
reprimendas cariñosas por la tardanza.
-¿Me
ha tocado ese chico? –Mis amigas se miraron extrañadas.
-¿Quién?
-El
chico de la chaqueta.
-La
verdad es que está muy bien Luna.
-No,
lo digo en serio. ¿Me ha tocado la nuca?
-¿La
nuca o el culo? –Todas rieron burlonas.
-He
notado como si me tocara el cuello.
-No
nos hemos fijado. Pero la verdad es que el chico está muy bien.
Desde
ese momento no paré de lanzarle miradas furtivas sin éxito porque
él no volvió a mirarme. El chico era muy guapo. Tenía cierto aire
gamberro y misterioso y su estilo en el vestir y movimientos
invitaban a querer saber más de él.
A
la media hora me acerqué a la barra a por otro cóctel. Decidí
cambiar el mojito por un sex on the beach. Justo enfrente, al otro
lado de la barra estaba el chico cogiendo a una chica por la cintura
y susurrándole al oído mientras a mi no me quitaba ojo de encima.
El camarero se acercó y me preguntó que quería. Se lo dije y a
continuación le pedí un cigarro. Necesitaba darme todos los
caprichos que normalmente no tenía y uno de ellos eran las drogas
socialmente bien vistas: sexo, alcohol, tabaco y rock and roll.
El
camarero me dijo que no tenía tabaco pero que iba a intentar
conseguirme un pitillo. La chica se marchó con una copa en la mano y
el chico llamó al camarero, hablaron unos instantes, le dio un
cigarrillo y a continuación el camarero vino con mi cigarro y mi
copa.
- Invita
el caballero.
- ¿Cómo?
- Que
le invita el caballero – el camarero se volvió y le echó una
mirada de reojo.
Le
miré, le sonreí tímidamente y levanté mi copa en agradecimiento.
Volví con mis amigas y no paré de mirar al chico misterioso, pero
nada ni una sola mirada. Se iba acercando la hora de marcharnos a
pesar de que el local seguía abarrotado. Les pedí a mis amigas que
me esperasen unos minutos para poder ir al baño. Saqué un papel y
un boli y escribí mi dirección y una frase clara y contundente:
“En
media hora, sin preguntas”.
De
camino al baño me aproximé a él e introduje el papelito en el
bolsillo de su chaqueta y rocé levemente su mano para que fuera
consciente de mi presencia, si es que no lo era ya.
Cuando
salí a la calle me reuní con mis amigas. Nos despedimos hasta la
próxima semana prometiendo llamarnos algún día para desahogarnos.
Cogí el bus que me llevaba a casa. Iba abarrotado de gente que
volvía con camisas por fuera del pantalón, rímeles corridos,
zapatos en la mano, etc. Vi por la ventana como empezaba a llover.
Era una lluvia fina pero constante que se quedaba pegada en los
cristales. Me dejé llevar por las pequeñas gotas y las seguí a
través del cristal sin pensar en nada.
Salí
del autobús con un pequeño salto y me abracé por encima de la
americana para darme calor. A pesar de la lluvia no corrí hacia
casa, me apetecía caminar y despejarme después de tanto mojito y
sex on the beach. A pocos metros del portal comencé a rebuscar en mi
bolso las llaves de casa. Comencé a remover entre tanto cachivache
(móvil, clínex, pintalabios, toallitas, peine y un largo etcétera
de utensilios de lo que yo llamo el kit de supervivencia. Como decía
una amiga si me quitan el bolso me quitan mi vida) hasta que oí una
voz:
-¿Te
ayudo?
Levanté
la vista y vi a mi chico de los mojitos. Tenía gotas de lluvia por
la cara y una mirada penetrante que me desarmó y no dejaba lugar a
dudas sobre lo que había ido a hacer allí.
-Dame
diez segundos.
Me
puse de cuclillas y empecé a sacar cosas sobre mi pantalón hasta
que por fin encontré las llaves. Volví a meter todo en el bolso y
me puse erguida. Abrí la puerta del portal y le dejé entrar para
segundos después cerrar la puerta de un culetón mientras le
agarraba de la americana y le acercaba hacia mi para besarle
fuertemente, sin delicadeza. Aquella noche quería sexo irreverente,
escandaloso, sin decoro.
El
captó enseguida mi indirecta. Me agarró por la nuca con fuerza y me
atrajo hacia él. Nuestras lenguas empezaron a entrelazarse deprisa,
se movían ávidas de pasión. Sin llevar apenas ni cinco segundos me
aparté un poco y busque su labio inferior, mis dientes lo apresaron
y él me lo devolvió en forma de beso aún mas fuerte, atrayéndome
más hacia él.
Le
aparté y le miré fijamente, bajando un poco la cabeza para que mi
mirada fuese aún más misteriosa y penetrante. Giré sobre nosotros
y comencé a subir la escalera. Vivía en un tercero y aunque había
ascensor quería ponerle más emoción a la cosa. Él intentó
acercarse para besarme mientras subíamos, pero mi mano firme sobre
su pecho paró sus intenciones.
Comencé
a subir las escaleras hacia atrás poco a poco. Le di el bolso para
sentirme más liberada y poder utilizar mis manos más fácilmente.
Comencé a quitarme horquillas del pelo para deshacerme el moño.
Cuando las tuve todas en la mano agité mi cabeza hacia adelante para
darle volumen a mi pelo. Apoyé mi mano en la pared mientras con la
otra me recorría la cabeza desde la nuca hasta la cara para bajar
hasta la boca y tocarme los labios suavemente. Seguí con el dedo mi
pecho hasta el vientre donde me levanté un poco el jersey y la
camiseta y le mostré mi ombligo.
-Dime
com...
-Ssshhh
– me puse un dedo en mis labios rojos y lo susurré despacio con
voz profunda – dije que nada de preguntas.
Me
desabroché el pantalón y me bajé un poquito las braguitas para
enseñarle un poquito la cadera y el vientre, dejando la mano sobre
mi pubis por fuera del pantalón al tiempo que emitía un susurro de
placer. Él no perdía ojo a ninguno de mis movimientos. Me recorría
con la mirada llena de deseo, de ganas, de celos por no poder tocar
lo que yo tocaba.
Llegamos
al tercer piso. Abrí la puerta de mi apartamento y entré quitándome
la chaqueta y tirándola en el suelo. En menos de una décima de
segundo y sin que me diese tiempo a reaccionar me apretó contra la
pared.
-Me
he cansado de ser bueno.
Comenzó
a besarme el cuello y a darme pequeños mordiscos en la oreja
mientras yo gemía de placer. Le arranqué la chaqueta comencé a
desabrocharle la camisa. No quería preliminares solo sexo del bueno,
de ese que es tan placentero que hasta duele.
Le
desabroché un poco el pantalón mientras el me quitaba el jersey y
me bajaba los pantalones y las braguitas hasta los tobillos. Saqué
una pierna y le quité la camiseta, comenzamos a besarnos y a
mordernos los hombros, el cuello... Sacó un preservativo de la
cartera y se lo puso, y allí contra la pared del pasillo rodeando su
cintura con mis piernas me penetró. Las embestidas eran fuertes y se
agravaban por la cantidad de alcohol que yo llevaba en sangre. Era
como flotar, como un sueño. Era algo muy placentero, pero al mismo
tiempo no era capaz de disfrutarlo al cien por cien por mi estado de
embriaguez.
Fue
intenso, rápido pero al mismo tiempo largo como para poder enterarme
de cada movimiento, de cada gemido, de su miembro fuerte y duro
dentro de mi. Las primeras veces fueron más dolorosas pero a medida
que él entraba en mi yo estaba más mojada y el dolor daba paso al
placer.
No
recuerdo si fueron quince o veinte minutos, a mi me parecieron
suficientes. Después de eso, le invité a ducharse conmigo, y a
dormir un par de horas con la condición de que cuando yo me
despertara él no estuviese allí. No me apetecía que se quedara,
pero me parecía cruel echarle sin más. Él me pidió un segundo
asalto, pero yo no estaba para esos trotes, eran las seis de la
mañana y quería dormir y que se me quitase el dolor de cabeza.
Fui
a la cocina, me tomé un vaso de leche caliente y una aspirina y le
invité a otro a él. No aceptó. Simplemente se despidió con un
beso y un “ha sido un placer”. Cogió su chaqueta y se marchó
dejándome en el silencio de mi casa que olía a sexo, a autoestima
femenina y a alcohol.
Al
día siguiente todo daba vueltas y en un primer momento tuve mis
dudas sobre si lo que había pasado unas horas antes era cierto.
Después al mirarme en el espejo y ver un rosetón en el cuello y un
par de marcas de dientes en mi hombro supe que no había sido un
sueño.